Acerca del autor

Querido lector:

En primer lugar te agradezco el interés por los cuentos de la colección Las Aventuras de Pitu y Guille.

Siempre me gustó imaginar historias y dejar volar la imaginación. Es una habilidad que se puede desarrollar con la práctica, tal como demuestro más abajo, y una prueba más de la “plasticidad” de nuestro cerebro. 

La creatividad es la base del pensamiento lateral y del “thinking out of the box” que dicen los ingleses. Hoy en día que tanto se habla de la innovación, tener la capacidad de generar nuevas ideas es algo muy valorado, y lo bueno es que se puede aprender ejercitando la mente (“la constancia todo lo alcanza” me decía mi madre siempre).

Yo soy “aspirante” a músico (pianista de oído) y pintor ocasional, aunque me gano la vida como ingeniero trabajando desde hace treinta años en tecnología del sector financiero y tengo la suerte de que me encanta mi trabajo.

A pesar de que la realidad del mundo en que vivimos le empuja a uno a ser muy pesimista, quiero considerarme un “optimista informado”, postura en la que me he ido ratificando a lo largo del tiempo.

Mi familia me hace plenamente feliz. Tengo cuatro hijos, los dos mayores ya tienen treinta y veintisiete años respectivamente y los dos peques acaban de cumplir ocho y seis. En fin, no puedo ocultar que me gustan las familias numerosas (yo soy el tercero de siete hermanos).

A mis dos hijos mayores les encantaba que, de pequeños, les leyera cuentos al irse a dormir y con los de ocho y seis años pasa lo mismo. Y yo disfruto mucho de ese momento entrañable en familia.

Empecé leyéndoles los cuentos de los hermanos Grimm, en una edición de tapa dura forrada en tela, ilustrada con unas acuarelas preciosas y con un texto y una redacción muy fluida y amena, que era la que mi madre nos había leído a mis hermanos y a mí cuando éramos pequeños. Es decir, que el libro debe tener ya cincuenta años como poco. Hoy en día no se podría publicar tal cual, pues casi todas las historias se han vuelto “políticamente incorrectas”, y otras me parecen ahora de una crudeza tremenda.

Pasaron veinte años, y con mi tercer y cuarto hijo recuperé la sana y divertida costumbre de contarles los cuentos de los hermanos Grimm, leyéndoles la misma edición de hace cincuenta años, que iba cambiando sobre la marcha para suavizarla.  Hasta que un día me pidieron nuevos relatos y decidí inventármelos.

Los comienzos fueron duros. Al principio necesitaba cinco o diez minutos para planificar un poco la historia, mientras mis hijos, ya metidos en sus camitas, me presionaban para que empezase ya. Aquel sistema no era muy práctico y los niños se aburrían mientras yo seguía pensando y devanándome los sesos para idear un argumento, así que un día me lancé a improvisar sobre la marcha, sin tiempo para preparar nada: directamente empezaba con “Había una vez…” sin saber qué iba después, si una ballena que se quedaba varada en una playa o un niño que iba de excursión con su cole y se perdía en el bosque.

Las primeras historias las contaba un poco a trompicones, pero a medida que pasaban los días y seguía inventando historias cada noche, fui adquiriendo cada vez mayor facilidad para improvisar las aventuras de los protagonistas (la plasticidad neuronal a la que me refería antes). Me sorprendió la rapidez con la que se puede adquirir una nueva habilidad si uno se esfuerza y es constante, dos cualidades que ahora por desgracia, están muy poco valoradas por la sociedad en que vivimos.

Al cabo de unos meses de inventarme dos nuevos relatos cada noche, había conseguido mucha práctica y los cuentos eran más fluidos. Cuando el argumento les interesaba, los peques se quedaban inmóviles clavándome sus miradas fijamente. Sin pestañear ni abrir la boca. Sin moverse ni un milímetro, siguiendo con toda su atención el desarrollo de la trama (algunas veces habría jurado que estaban conteniendo la respiración). En cambio, en otras ocasiones el cuento les aburría y al poco se quejaban con un cruel “¡Jo papá, qué rollo!”. Este “feedback en tiempo real” como diríamos en mi sector profesional -que es la clave de cualquier proceso de mejora-, me permitió ir tomando buena nota de los ingredientes que hacen que un cuento sea interesante y divertido.

A los pocos meses, a sugerencia de mi mujer, comencé a grabar cada noche los cuentos improvisados. Tengo muchas grabaciones, con todo tipo de historias, trufadas con las espontáneas intervenciones de mis hijos, bien interrogándome por los cabos sueltos que inevitablemente me iba dejando para poder avanzar en la historia con cierto dinamismo o bien sugiriendo cambios en la trama sobre la marcha, aportando ideas muy imaginativas.

Los protagonistas de casi todos los cuentos son dos hermanos, Pitu y Guille, que viven muchas aventuras y se enfrentan a las situaciones difíciles con imaginación, confianza en sí mismos y fuerza de voluntad.

Y así nació la colección “Las Aventuras de Pitu y Guille”, que recoge una selección de las historias que, en opinión de mis hijos, son las más entretenidas. En algunos textos he incluido los espontáneos comentarios que mis hijos formulaban según avanzaba el argumento.

Los cuentos han sido ilustrados con cariño por Irina Hirondelle quien, con gran inspiración, consigue reflejar en las escenas la espontaneidad de los protagonistas.

He publicado los primeros 16 cuentos y confío en seguir publicando muchos más, especialmente aquellos en los que mis hijos no pestañeaban y contenían la respiración.

Un cordial saludo,

José Naval

PD: la "plasticidad neuronal" de los niños es máxima, mucho mayor que la de un adulto. Por eso es muy importante a esta edad estimular su creatividad con relatos de fantasías y aventuras que además de entretenerles, despierten su imaginación y favorezcan un óptimo desarrollo cognitivo.

Visita la página del autor www.josenaval.com